lunes, 18 de septiembre de 2017

El corvo chileno: herramienta, arma y símbolo histórico

Corvos de la Guerra del Pacífico (Colección de Marcelo Villalba Solanas).
Por largo tiempo, el cuchillo corvo chileno ha sido una sólida alegoría del minero, del roto e incluso del huaso, permanentemente asociado al folklore y criollismo. Fueron sus mejores manipuladores quienes, haciéndose acompañar de tan fiel herramienta de trabajo y arma de combate a un lado del cuerpo -quizás desde la Independencia en adelante-, lo fueron convirtiendo también en un emblema militar, aunque este vínculo fue difuminando su ligazón ancestral e íntima con el trabajador chileno, desde mucho antes que éste se hiciera "milico" a razón de las circunstancias históricas.
Y aun antes de ponerse el uniforme de la doctrina franco-legionaria previo a la famosa prusianización del Ejército, el criollo usó el corvo también para investirse de esa misma imagen temible del rufián engañosamente romántico: el que se ha encarnado en las identidades de personajes tales como el bandolero-héroe Vicente Neira, el mismo que asistiera a Manuel Rodríguez, o el temido Benavides del Sur indómito, y la infame jauría de Los Pincheira o el "Brujo" Liberona de La Chimba, dando una inagotable batería de inspiración a la narrativa, la poesía y las canciones costumbristas. Así se refleja en la letra del "Bandido" de Patricio Manns, su tema debut de 1959 que ha sido grabado también por "Los Cuatro Cuartos" y por los argentinos "Los Trovadores del Norte":

Un corvo de acero blanco
me cuelga al flanco,
el rifle alerta,
cansado el tranco, llevando penas
y donde vaya con la cadena
de este destino sobre mi manco
se irá el dolor...

El corvo chileno intrigó y provocó comentarios de muchos célebres viajeros como Alexander von Humbold, Harry A. Franck o  Robert E. Mansfield, quienes no resistieron mencionarlo en sus escritos. Sin embargo, en los reinos de lo estrictamente histórico, hay aspectos un poco controversiales sobre esta pieza cultural chilena: primero, sobre el misterio inexpugnable de su origen, donde nada parece claro; y segundo, lo que tenga que ver con su incierto futuro y vigencia, ya que parece haber un desinterés o un progresivo retroceso en su valor como símbolo histórico, costumbrista, militar y minero, según veremos acá.
Aclaro algo antes de entrar al grueso del texto, sin embargo: esta entrada es un artículo que redacté el año 2005 como una investigación personal sobre los antecedentes del cuchillo corvo, la que hice difundir en la internet pero sufriendo muchas adaptaciones y modificaciones que -en el camino- la abreviaron o ampliaron según el caso (a veces con errores de referencias y fechas, lo que me complica bastante aunque no esté firmado por mí), a través de sitios de defensa del patrimonio histórico, de soberanía chilena y foros de estudios sobre la Guerra del Pacífico.
En la proximidad del aniversario de la epopeya del 7 de junio en el Morro de Arica, he decidido dejarlo acá completo para consulta y disposición de los visitantes que quieran conocer más sobre este potente símbolo histórico nacional sintetizado en la silueta del corvo chileno.

Corvos de la Guerra del Pacífico (Colección de Marcelo Villalba Solanas).
Clasificaciones de los corvos

Pocos instrumentos contemporáneos de carga cultural o patrimonial pueden tener tantos alcances, interpretaciones y teorías de origen como es el cuchillo corvo nacional: símbolo del Ejército de Chile, objeto de trabajo de los duros conquistadores de las salitreras del siglo XIX y, desde entonces, tradicionalmente relacionado con los mineros del caliche, el pirquén y hasta el carbón. Herramienta del hampa y de las cáfilas delincuenciales del siglo XIX y parte del XX, además.
El sólo desafío de tener que definir la naturaleza de su forma tan característica, comienza a enfrentarse con varias complicaciones e incertidumbres, especialmente por el exceso de tradición oral a la que se ha echado mano para suplir la falta de buenos antecedentes duros sobre su origen e historia. La observación y comparación del corvo con otras armas de mundo, además, también arroja una cuota de posibilidades donde nada seguro. En "Baraja de Chile" (Ed. Zig-Zag, 1946), por ejemplo, Oreste Plath define de la siguiente manera el cuchillo corvo tocando desde ya sus falsas semejanzas con otras piezas:
"El corvo chileno es un cuchillo con la lámina de acero arqueada hacia adentro (introrso), que difiere notablemente de los cuchillos combados de Oceanía y otras partes, donde se usan con láminas en forma análoga; pero en estas últimas regiones la punta está dirigida hacia arriba (estrorso)".
Técnicamente, sin embargo, el corvo no sería un cuchillo como tal, sino una variedad de arma blanca mayor que el puñal o la daga, pues en teoría los cuchillos deben ser de hoja más bien recta y de un corte único para poder ser definidos de esa forma, al menos en la tradición. Sin embargo, el uso popular ha definido al objeto como el cuchillo corvo, e invariablemente aparece señalado también como un cuchillo típico chileno cuando se refiere a los modelos que aquí abordamos.
De acuerdo a la opinión de los coleccionistas y admiradores de la pieza, y valiéndose de criterios basados en los estudios de Plath sobre el objeto, se considera que existen al menos diez clases de corvos chilenos, pero sintetizados en tres categorías relativas a sus características generales y formato:

  1. Corvos de lujo: son aquellos de confección cuidadosa y esmerada, que miden aproximadamente unos 30 centímetros en total contando el mango, este último generalmente hecho de varios anillos alternados de hueso, bronce, madera o piedras. Aunque pueden ser eventualmente herramientas o armas, parece que la presentación y el simbolismo predomina en la naturaleza de este tipo de corvos por sobre su mera funcionalidad.
  2. Corvos populares: son aquellos que se confeccionaban en forma muy artesanal, con mangos simples de madera o hueso, concebidos como herramienta para distintos oficios pero que, circunstancialmente, se convertían en armas de combate, y al parecer sirven bastante bien a este propósito.
  3. Corvos historiados: son los que llevan incrustados en su hoja círculos de metal o latón blanquecino, amarillento, o bien han sido grabados con "árboles de la muerte" y otras marcas parecidas, destinadas a contabilizar la cantidad de muertos pasados por el arma, característica que le da un macabro valor agregado como reliquia, pues se lo supone usado directamente como arma de guerra y a veces también en el bandolerismo.

Además de estas categorías más formales de clasificación, en la actualidad el corvo chileno ofrece variedades y ángulos rediseñados de su hoja: el curvo "comando" y el atacameño, de los que hablaremos más abajo, pudiendo haber presentaciones de los mismos en modelo pavonado, cromado, rústico, de lujo, mando madera, mango material sintético, etc. Algunos son de fantasía más que de utilidad en combate, y otros son producidos sólo para regalos o reconocimientos institucionales, incluso en miniaturas.

Los corvos militares contemporáneos, con sello FAMAE: a la izquierda, el modelo comando o "pico de cóndor"; a la derecha, el modelo atacameño o "garra de puma".
El "cuchillo peruano", en imagen publicada por Sir Richard Burton
Teorías sobre su origen

El origen del corvo está plagado de teorías y sugerencias que parecen salir a buscar más bien algún parecido de esta arma con otras anteriores y de otras latitudes, que ofrecer buenos datos sobre su raíz germinal. Las propuestas -unas más forzadas y otras más fluidas- pasan desde observaciones a su semejanza con ciertos cuchillos precolombinos e incaicos hasta comparaciones directas con el alfanje y la espada falcata traídos por los españoles a tierras indianas.
Menos explorada es su semejanza con los cuchillos iniciáticos curvos y las podaderas rituales romanas, especialmente algunas de la iconografía del culto a Mithra que pueden verse en los mosaicos de Ostia junto al mar Tirreno. Tampoco hay mucho publicado sobre su parecido con cuchillos asiáticos como el kerambit del Índico, el kukri nepalés o ciertas dagas ceremoniales tibetanas y los ewyalis de la India, país donde también existe el llamado catán (nombre posiblemente relacionado con la catana oriental). Otros cuchillos parecidos se han visto al Norte de África, y ciertas teorías proponen también que pudo haber sido traído y adaptado por la contratación de zuavos en el ejército revolucionario de la familia Gallo, a mediados del siglo XIX, desde donde habría pasado a los soldados del Atacama reconvertido en el corvo.
Hay en fuentes de medicina antigua como el "Suplemento al Diccionario de Medicina y Cirugía del Profesor D. Antonio Ballano", de don Manuel Hurtado de Mendoza (Madrid, 1823), se habla del cuchillo corvo o custer fakatus vel corvus que usaban los médicos para amputaciones, pero que ya estaba en desuso a esa época.
En cuanto a teorías o posibilidades de que el corvo tuviese un origen vernáculo, se tiene registro de piezas arqueológicas correspondientes a cuchillos precolombinos de la cultura Atacama sumamente parecidos al actual modelo "atacameño" del corvo chileno, aunque es posible que se trate de una coincidencia de funcionalidad y de diseño, además de ubicación y del gentilicio en su nombre. Y cabe mencionar también que el famoso explorador y viajero británico Sir Richard Burton, describe e ilustra en su obra "The Book of the Sword", de 1884, un arma muy parecida al corvo y aparentemente de bronce, a la que llama "cuchillo peruano" ("peruvian knife"). Aunque las semejanzas son notorias y podrían prestarse para pensar en alguna influencia peruana e incluso incásica en el origen del corvo chileno, su hoja es un poco más ganchuda y de mango notoriamente más ancho y cónico.
Por la fecha indeterminada de la referencia recién comentada, también se podría presumir una posible incorporación del corvo o cuchillos parecidos en el Perú a consecuencia de la entrada de chilenos en tiempos de la Independencia, en la Guerra Contra la Confederación o en la Guerra del Pacífico, y no de forma inversa y en épocas anteriores. Pero yendo más atrás en el tiempo, quizás la misma vertiente española que trajo a los ancestros del corvo hasta Chile, podría haber realizado similar introducción de cuchillos parecidos en el país incásico, que expliquen el aspecto del "cuchillo peruano" señalado por Burton. Por ejemplo, se sabe de cierto modelo curvo de cuchillos que eran llamados "corvillos" en Europa y utilizados ancestralmente por españoles, franceses e ingleses, en plena época de expansión de los imperios.
A mayor abundamiento, en España hay toda una tradición cultural relacionada con la armería y abundante en cuchillos angulados y "afalcatados" que cambian de aspecto y de nombre según la región, muy parecido a como ocurre en el caso del corvo aquí en Chile, justamente. La hoja curva de los tajamatas, por ejemplo, podría despertar ciertas sospechas. Otro caso español de estos cuchillos curvos es el bodollo, usado para cortar ramas y brotes, razón por la que a veces es llamado también podón.
Por la descrita razón y por varios otros ejemplos disponibles en las crónicas históricas, la posibilidad de que el corvo chileno sea la versión criolla de algunos de estos cuchillos españoles resulta ser una de las más abordadas por los estudiosos, como veremos a continuación.

Un cuchillo mitrhaístico romano muy parecido al corvo y a otras armas curvas, en los mosaicos de la ciudad en ruinas de Ostia Antica, en Italia.
Corvo y alfanje: menciones en "la araucana"

Aunque no todos están de acuerdo en la posible raíz hispano-árabe del corvo chileno, uno de los mayores sospechosos de ser precursor del mismo parece ser el alfanje y los puñales diseñados con este mismo estilo y curvatura, piezas que venían en la correa de los conquistadores españoles y sus súbditos.
Como se sabe, el alfanje es un espadín de origen árabe, cuyo nombre original era al janyar. Su posible semejanza con el corvo y su supuesto vínculo gestacional lo observa también don Benjamín Vicuña Mackenna, en su obra "La Guerra del Pacífico" de 1880:
"Consiste en una hoja pequeña ligeramente curva como los alfanjes moriscos, y ofrece sobre el puñal recto la ventaja de la defensa, porque en las riñas obra de cierta manera como broquel para parar los golpes. Por su forma es de mucho más difícil manejo que la daga recta, usada por nuestros campesinos del sur, pero los mineros aprenden su esgrima especial que requiere mucha más flexibilidad en la muñeca que vigor en el brazo".
De ángulo curvo, parecido a la cimitarra y generalmente con filo por sólo un lado, el alfanje entró a España por la influencia mora que se dispersó por la Península Ibérica, siendo conocido en varias otras zonas de la costa Norte del Mar Mediterráneo. Ignoro si esto tendrá alguna relación con la popularidad de los sables corvos usados por los hispanos y después también los patriotas, ya en tiempos de las guerras independentistas.
De acuerdo a la teoría de una relación entre el alfanje y el corvo, el cuchillo chileno podría ser una adaptación del primero al formato y tamaño de cuchillo, que los propios españoles se encargaron de traer a América como se confirma paseando la vista por los versos de don Alonso de Ercilla según se verificará más abajo. Sería, por lo tanto, el resultado de otra influencia hispano-arábiga sobre el Nuevo Mundo. Recuérdese que también proviene del mundo árabe un cuchillo otrora muy conocido por los ibéricos llamado grumia, correspondiente a un puñal de buen tamaño y hoja curvada. Similar es el caso de la elegante jambiya, alguna vez popular en Andalucía.
Aunque personalmente suscribo a la teoría de la posible influencia hispano-arábiga sobre el origen del corvo chileno, debo admitir que no todos los estudiosos del tema comparten dicha creencia y a veces las teorías no están bien respaldadas. Iván Aróstica Maldonado, por ejemplo, en su interesante ensayo "Por los cuchillos de Chile. El Corvo" (Ed. Caballo de Fuego, 2002), observa con incredulidad este planteamiento:
"A primera vista, fuera de la pata de cabra que lo envolvía, el corvo corre el albur de parecer una módica réplica del elegante alfanje moro. El cotejo, sin embargo, refuta la paridad, porque mientras el puñal extranjero va generalmente vaceado en el lado externo y es blandido al modo de un cuerno, el nuestro exhibe su hoja acerada, curva, pero con filo por la parte cóncava, interna. Aunque toda colaboración es posible, cuando se tejen conjeturas, lo cierto es que la simetría sólo tolera la conformación arqueada de ambos".
Echando miradas hacia lo profundo y distante de la historia nacional, las primeras menciones que se conocen en Chile sobre el corvo o algo parecido a él, se asoman en la crónica poética y épica "La Araucana" de Ercilla, en pleno período de Conquista del territorio  (1569). En estos versos se hacen referencias también a un cuchillo corvo que parece derivado del alfanje que traían consigo los primeros españoles llegados a Chile. En el Canto IX, por ejemplo, se lee la alusión a los cuchillos corvos (curvos) de la siguiente manera:
También Angol, soberbio y esforzado,su corvo y gran cuchillo en torno esgrimehiere al joven Diego Oro y del pesadogolpe en la dura tierra el cuerpo imprime;pero en esta sazón Juan de Alvaradola furia de una punta le reprime,que al tiempo que el furioso alfanje alzabapor debajo del brazo le calaba.
En el Canto X reaparece una asociación del cuchillo corvo, esta vez con relación al alfanje:
Caupolicán, que estaba por juez puesto
mostrándose imparcial, discretamente
la furia de Orompello aplaca presto
con sabrosas palabras blandamente;
a así, no se altercando más sobre esto,
conforme a la postura, justamente,
a Leucotón, por más aventajado,
le fue ceñido el corvo alfanje al lado.
Y en el canto Canto XIV, lo vemos  como herramienta de trabajo:
Como parten la carne en los tajones
con los corvos cuchillos carniceros,
y cual de fuerte hierro los planchones
baten en dura yunque los herreros,
así es la diferencia de los sones
que forman con sus golpes los guerreros:
quién la carne y los huesos quebrantado,
quién templados arneses abollando.
El Canto XVII lo reafirma como el señalado instrumento funcional:
Cuales con barras, picos y azadones
abren los hondos fosos y señales,
cuales con corvos y anchos cuchillones,
hachas, sierras, segures y destrales
cortan maderos gruesos y troncones,
y fijados en tierra, con tapiales
y trabazón de leños y fajinas
levantan los traveses y cortinas.
Y reaparece en el Canto XXIX, pero nuevamente como arma asociada al alfanje:
Las robustas personas adornadas
de fuertes petos dobles relevados,
escarcelas, brazales y celadas,
hasta el empeine de los pies armados;
mazas cortas de acero barreadas
gruesos escudos de metal herrados,
y al lado izquierdo cada cual ceñido
un corvo y ancho alfanje guarnecido.
La presencia de los corvos en Chile puede seguir rastreándose por la Colonia. Aróstica comenta ciertas referencias que aparecerían sobre el corvo chileno en una prohibición de 1634, que fue promulgada para impedir que los pendencieros indios, negros, mestizos y la "plebe" en general, portaran armas blancas entre las que figuraban las catanas, correspondientes en su tiempo a un tipo parecido al mencionado cuchillo alfanje y otros más cortos, posiblemente modelos de corvos en su fase originaria o primitiva.

Distintos tipos de armas extranjeras correspondientes cuchillos curvos. De arriba hacia abajo: el Alfanje ibérico-morisco, la Falcata ibérica, el Kukri nepalés y el Kerambit indonesio.
El corvo como herramienta

Hay quienes sostienen que el corvo no nació directamente como un arma blanca, sino como una herramienta circunstancialmente convertida en cuchillo de combate. Y hay buenas razones para suponer esto, pues el caso sería parecido al del nunchaku oriental, el hacha o los látigos, que surgen como herramientas pero terminan convertidos en armas. Tal es la idea, por ejemplo, que Carlos López Urrutia deja vertida en "La Guerra del Pacífico. 1879-1884" (Ed. Ristre, 2003):
"El famoso corvo chileno no era un arma militar sino que la empleaban usualmente los trabajadores agrícolas y los mineros, por ser una herramienta muy útil para el desempeño de su trabajo".
La existencia de algunos viejos ejemplares de corvos que presentan filo por sólo uno de los cantos de su hoja, a diferencia de los actuales del Ejército que llevan invariablemente filo en ambos bordes, aporta mucho a la posibilidad de que estos cuchillos hayan sido concebidos como herramientas y sólo circunstancial o alternativamente convertidos en armas mortales, derivando después a este rol como su característica.
Tradicionalmente, el  corvo ha estado asociado a la actividad de la minería antigua del Norte de Chile. Más específicamente, el folklore oral relaciona al corvo con los mineros y barreteros, que lo usaban para cortar la mecha y hacer la perforación inicial para los tiros explosivos de la pampa nortina, entre otras utilidades. El encastre del dedo sobre el mango o pomo solía tener un diseño más o menos característico según la zona geográfica minera de la que procede, además. La llamada púa de juntura de la hoja-mango, era otra característica muy desarrollada por los mineros y que muchos consideran rotunda para identificar un corvo auténtico.
Por mi parte, antecedentes y testimonios de su uso que he ido reuniendo en viajes por el país me han permitido tomar apuntes para comprender que es mucho más que sólo la herramienta minera y pampina. Aunque no puedo precisar ahora su lugar en la línea en que se encuentran estas modalidades de uso con respecto a la cronología histórica del corvo y particularmente con su época dorada entre mineros y soldados de la Guerra del 79, comentaré los siguientes casos como ejemplos:

  • El corvo pasó por manos de marinos y marineros chilenos, además de pescadores. Si entendí bien los testimonios de quienes los usaron, eran empleados por algunos hombres de mar para cortar cabos y redes.
  • Parecido a lo anterior, en la Zona Centro y Sur -como he visto en Puerto Saavedra- se lo emplea hasta nuestros días por pescadores de algas, para cortar tallos y ramas de cochayuyos en las rocas costeras.
  • Ciertos ex calicheros de Tarapacá y de Arica recordaban que lo habían usado como herramienta también por oficios tan disímiles como albañiles y zapateros, especialmente cortando cuerdas, cordones y cueros.
  • En tanto, hacia el Sur del país se empleó el corvo para cortar cuerdas de fardos y cabrestantes, lo que nos explica quizás la razón originaria de su forma torcida con filo interior (cortar cabos y cuerdas).
  • Finalmente, los trabajadores del campo lo usaban con gran popularidad y siempre traían el suyo pues, además de servir en labores cotidianas (corte de ramas, amarras, cordeles, pieles, etc.), era seguro portarlo en caso de asaltos o escaramuzas.

Sobre el servicio múltiple del corvo en la vida del trabajador, Oreste Plath nos informa desde su triple estudio "Grafismo animalista en el hablar del pueblo chileno; Heroísmos y alegrías arrancados del Folklore; El corvo" (Editorial de "La Tarde", 1941), lo siguiente:
"El roto maneja el cuchillo con destreza, y siente predilección por laborar con él. Maravillas hace con él cortando tientos para los frenos, lazos. Hermosas son las monturas chilenas hechas a cuchillo".
Corvo de curvatura muy pronunciada en la hoja, del tipo usado en la Guerra del Pacífico (Colección de Marcelo Villalba Solanas).
La geografía del corvo

En su "Baraja de Chile", Plath también nos da pistas bastante certeras para poder reconocer la procedencia geográfica de cada corvo auténtico y el empleo que tuvo la reliquia, de acuerdo a los materiales de su confección:
"La empuñadura, el mango, o cacha, es de contornos poligonales y está formado por una serie de piezas de cobre, plomo, bronce, asta de buey, madera y plata, colocadas como anillos en el cabo. Todas estas piezas están sostenidas por un eje de acero, continuación de la lámina hacia el mango, la que termina remachada en la parte final.
Por el empleo del material de las empuñaduras se puede identificar el lugar de procedencia del corvo; así, en los mangos de los corvos del Sur se encontrará la rodaja de suela, madera, asta, y no de metal".
Como se observa en las palabras del autor, la empuñadura del corvo involucra con frecuencia, un trabajo tan prolijo y dedicado que podía ser equivalente al de la joyería, buscando alcanzar un estatus o refinamiento incluso en el ambiente de rotos y gañanes, o cuanto menos adular ante ellos su buen gusto por esta clase de artículos.
Aunque ya hablaremos más de este punto, cabe señalar aquí que, según relaciona también Aróstica, la procedencia concreta de los corvos es factible por la observación de estas empuñaduras:

  • Los mangos hechos por fichas, monedas, huesos y metales tienden a ser de la pampa, de herrerías de Cabildo e Illapel y de los cerros del Norte Verde.
  • Los de asas de cuero negro endurecido, cachos bovinos, monedas de oro y círculos de madera, suelen provenir de maestros de Aculeo, Alhué y la zona Sur.

Si bien no me siento tan solo en la idea de que el corvo pudo estar repartido por casi todo Chile ya en el siglo XIX, pesa la aseveración realizada por Vicuña Mackenna, respecto de que el corvo era conocido inicialmente sólo "en las provincias del norte y especialmente entre los mineros de Atacama", y que hizo aparición como arma recién en los albores de la Guerra del Pacífico, a causa de la necesidad de los mineros antofagastinos de defenderse de las tropelías cometidas por la efímera autoridad boliviana allí instalados. Agrega que los bolivianos siempre temieron al corvo y que "de él hablan documentos oficiales tan antiguos como el descubrimiento de Caracoles", refiriéndose al mineral de plata de Atacama. Más abajo veremos a qué se refería el autor del "Álbum de la Gloria de Chile".
Empero, aunque otros autores como Plath señalan que el huaso prefería el lazo al cuchillo que tanto gustaba al roto, veremos ahora que hay muchas referencias en la tradición que sugieren que el corvo también fue bastante popular en los campos chilenos y no solo en la pampa nortina, aunque siga siendo patrimonio relacionado especialmente con la figura del roto urbano y del minero de los desiertos.

Piezas metálicas de diferentes cuchillos curvados de la época de la Guerra del Pacífico y alrededores. Algunos aparentan ser piezas-herramientas transicionales a los cuchillos curvos primitivos (Colección de Marcelo Villalba Solanas).
En la mano del huaso

La mejor prueba de una relación estrecha entre corvos y hombres de campo, la da el hecho incontestable de que existen al menos tres tipos derivados del cuchillo de marras, adaptaciones específicas al trabajo.
Algunos son propios del territorio agrícola de Chile a pesar de ser sumamente parecidos a otros modelos de cuchillos curvos ibéricos, además de poder encontrarse allá también los modelos más tradicionales y populares que ya se han descrito:

  • Corvo Cortaplumas o Corvito Parralino ("Huasito Parralino", por su principal fabricante), articulado y plegable como una cortaplumas tradicional y usado en el trabajo de los peones, podadores y temporeros. Si acaso proviene también de influencia española, éste es uno de los pocos casos en que tales navajas se hicieron populares y no fueron despreciadas sólo como "cuchillos de gitanos". Aún se mantiene vigente su empleo  y producción en talleres.
  • Corvo Pesuña del Diablo, correspondiente a uno artesanal de mango fijo generalmente en asta bovina, hueso o madera, y hoja corta muy curvada y de punta aguzada, útil tanto para las faenas del campo (podas, cortes de ramas, carneos rápidos, etc.) como también a modo de arma, por su aspecto terrorífico y sus posibilidades de herir acordes a tal oscura fama. Algunas piezas se ven casi similares a otros cuchillos artesanales españoles como el tajamata, sin embargo su uso está en franca retirada según nos parece.
  • Corvo Suave, artículo ya parcialmente desaparecido y que, según comenta Aróstica, surge desde los talleres herreros de pueblos y rincones campesinos, debiendo su nombre a que es un poco más recto que el tradicional, aunque igual de malévolo y alguna vez uno de los favoritos de los bandoleros de campo. Era producido en talleres artesanales del zonas agrícolas.

Tampoco hay duda de la presencia del corvo convencional o popular entre los huasos, algo de lo que he sido testigo en persona. Una hermosa pieza correspondiente a un corvo campesino se exhibe en el Museo de Colchagua, en Santa Cruz, con decoración en su hoja y que formaba parte del apero de los antiguos huasos de la zona. Es probable que desde ellos haya llegado a ganaderos y arrieros de montaña, además de los pilcheros y ovejeros patagones. La leyenda también habla del famoso Huaso Raimundo como un hábil asesino a corvo de Maipú y el Aconcagua en los días del Centenario de la República, antes de ganarse la ejecución y su tumba convertida en animita.
Algunos huasos solían pelear sus justas y ordalías de combate con el corvo en la diestra y el poncho o manta en la siniestra, estilo muy parecido a como lo hacían los "choros" y "guapos", cuales gladiadores de campo, aunque a veces con más razones motivadas por el alcohol que por el honor. También como sucedía entre los rotos, bastaba una pequeña rencilla, un lío de faldas o sólo una mirada provocadora en la cantina para desenfundar el arma.
Esto sucedía hasta no hace muchas décadas, según se recuerda en zonas como Putaendo y San Fernando, antes de que el imperio de la ley llegara totalmente a los campos chilenos. No hay tanta fantasía, entonces, en la canción "El Solitario" de Willy Bascuñán, cuando decía a través de la voz de Pedro Messone:
Mi caballo tiene alas
cuando lo apuro
mi poncho es bandera altiva
de libertad,
mi corvo se muestra fiero
con los extraños
la muerte por los caminos
me ha de encontrar.
El escritor y periodista Joaquín Díaz Garcés, quien definiera al corvo como "la más fiera de las cuchillas que ha dado el brazo chileno", lo menciona en su conocido cuento "Juan Neira", originalmente publicado en el diario "El Mercurio" del 16 de febrero de 1901 y dedicado a un veterano ex soldado del Valdivia en la Revolución del 51 y sargento del Regimiento Buin en la Guerra del Pacífico, que acabó sus días como capataz del fundo Los Sauces, "extensa propiedad del sur, con grandes pertenencias de cerro y no escasa dotación de cuadras planas", pereciendo atacado allá por seis gañanes, aunque dándole muerte a la mitad de sus agresores antes que  estos lograran liquidarlo. En la obra se pasea por varios pasajes donde se retrata en colores la importancia del corvo en la vida rural y su función en las leyes de hierro del campo chileno:

  • "Un individuo se separó del árbol y comenzó a andar en su dirección silbando alegremente. Una mirada sola bastó para hacer comprender a Neira que estaba frente a una emboscada; el gañán que tenía por delante era el que lo había 'sentenciado' y no había sido tan necio para ir solo a buscar lo al cerro. Con una mano se palpó la cintura, y al encontrarse allí su corvo de los días de fiesta, sacó con la otra la tabaquera, y se puso a liar un cigarro".
  • "Después puso la mano en la cacha de su corvo, enrolló con el otro brazo su poncho negro de castilla y le dijo al gañán: -¡No te expongáis, Alegría! Llama a tus amigos. No ensucio mi corvo de los domingos en ti solo".
  • "Los cuchillos se chocan, el corvo entra cada vez hasta la empuñadura y la sangre corre cerro abajo en un delgado chorro que va rodeando las piedras y abriéndose paso al través de las matas".

Su arribo y acervo en el mundo minero tampoco parece estar del todo claro, pero podría haber alguna conexión con el mundo rural paralela a la vertiente directa que significó el enrolamiento de los rotos. Mientras algunos creen que el cuchillo llegó a los trabajadores chilenos de Atacama y Tarapacá poco antes de la Guerra del Pacífico y a causa de la migración de trabajadores desde territorios de más al Sur a las guaneras, covaderas e incluso argentíferas como Caracoles y Huantajaya, en otras propuestas se estima que ya era un cuchillo local en la zona minera Norte de Chile, particularmente el corvo atacameño, pues había pasado a formar tempranamente parte del equipo de trabajo de los mineros pirquineros de Copiapó durante la fiebre de la plata, idea más acorde con las revisadas aseveraciones de Vicuña Mackenna.
Sin embargo, no está por demás recodar que muchos trabajadores emigrados a las covaderas y salitreras de lo que hoy es todo el Norte de Chile, provenían de sectores rurales e interiores de más al Sur, buscando mejores prospectos de vida fuera del rigor de la vida agrícola. Si acaso ellos llevaron los corvos a la pampa, no estoy en condiciones de arriesgarme proponerlo acá.

Ilustraciones aproximadas a tres modelos de corvos que se han conocido como típicos de los campos chilenos: a la izquierda, el "parralino" retráctil; al centro, una "pezuña del Diablo" (su aspecto cambia según cada versión, pues se trata de un corvo artesanal); y a la derecha, el "corvo suave", alguna vez muy usado por cuatreros. Hay muchas diferencias entre una pieza y otra, así que he usado imágenes de otros cuchillos parecidos y algunos dibujos anteriores míos para darle un promedio al aspecto de cada uno.
En la mano del roto

Aun fuera de los campos de batallas y quizás antes de llegar a ellos, el corvo ya se había graduado como un arma eficaz y recurrida entre los rotos chilenos. Cuchillo muy temido, además, que "choros" y "guapos" apodaban como "quisca" y "lengua de vaca", motes después adoptaría el lenguaje delincuencial más contemporáneo y la jerga carcelaria para referirse a las armas cortopunzantes en general.
Por su parte, Julio Vicuña Cifuentes dice en "Coa. Jerga de los delincuentes chilenos" (Santiago, 1910), que en el mundo del hampa y la cárcel al corvo se le denominaba por entonces "guaraña" (quizás corrupción de guadaña):
"El popular cuchillo llamado en Chile corvo, que tan principal papel juega en las reyertas y salteos".
Confirmando este matrimonio estrecho entre el arma y el roto, el famoso viajero norteamericano Harry A. Franck, escribía en sus memorias "Working North From Patagonia" de 1921:
"Hay un dicho en Chile, de que la población se compone de futres, bomberos y rotos. Los primeros son holgazanes callejeros bien vestidos; los bomberos son los voluntarios luchadores contra el fuego, y los rotos forman la clase trabajadora irregular que constituye el grueso de la población. De este último, se dice que nunca está sin el corvo, un feo cuchillo curvado, con el que se apresuran a tripear (sic), o sea, sacar a la luz las 'tripas' de un adversario..."
Plath nos da otra descripción de esta característica del corvo, que lo estrecha con la identidad del roto:
"Es común oír decir que el 'roto' es cuchillero. Sí; pero cuchillero fino, como ajustado a un código de honor.Entre peladores y en plena lucha, aunque tengan blanco no pegan, hasta no tener la puñalada certera, la que parta el alma y haga irse en un solo y largo quejido.Hay que destacar que cuando el desafío se produce atados de pies es una lucha formidable; sus manos están como enguantadas en una pequeña manta.La pelea a corvo o a puñal es a muerte; uno quedará 'panza al sol', 'guata arriba'.El roto es decidido y valiente con su corvo de cacha de asta de buey -cuerno negro y blanco- 'cachiblanco'; también los hay de argollas de acero y cuerpo.El corvo va, lo llevan siempre enfundado en una gran 'pata de cabra', del que no se separan, como el bandolero de su 'choco', carabina recortada".
Cabe añadir que esta esgrima de "precisión" descrita por Plath, tal vez tenga que ver con la que se practicará después en los recintos penales chilenos aunque con grandes sables improvisados a partir de fierros y vigas metálicas, pues se trata de una especie de recreación o analogía de una justa real en la que la contienda termina cuando uno de los luchadores consigue dar un golpe o "puntazo" certero a su oponente, que en una ordalía real sería sentencia de muerte, poniéndose fin así a estas peleas donde rara vez hay heridos de consideración o gravedad.
Curiosamente, el corvo del roto también llegó a probar su filo tempranamente fuera del país, de la mano de los mismos trabajadores que iban a verse introducidos en las actividades mineras, como lo sugiere otra vez Plath al aludir a la fiebre aurífera californiana de 1850:
"Dicen que los rotos fueron los primeros aventureros en California cuando la fiebre del oro y ellos fueron los únicos que pudieron contener, poner ataje a los desmanes de ciertas patrullas, a punta de cuchillo y corazón".
Cabe preguntarse, de paso: ¿habrá alguna posible relación entre los rotos mineros que participaron de la fiebre del oro en Norteamérica y el parecido evidente de los cuchillos curvos usados en zonas rurales de México con nuestro corvo chileno?

Representación de un roto criollo con corvo y poncho al brazo, listo para el duelo. Ilustración de Luis Felipe Aróstica Valenzuela para la portada del libro "Por los cuchillos de Chile. El Corvo", de Iván Aróstica Maldonado.
Del roto al minero pampino

En las salitreras del Norte de Chile, se conocía a las mismas peleas a pie amarrado y corvo descritas por Plath como "duelo pampino", llevándose a efecto siempre en la soledad de algún lugar escogido por los duelistas, generalmente en la noche y alrededor de una fosa cavada por ellos mismos para el eterno descanso del desafiante que resultara perdedor.
En la obra dramática "Chañarcillo" de Antonio Acevedo Hernández, uno de los personajes describe la relación casi cultural del corvo con el ambiente minero de la vieja sociedad copiapina, empezando desde la niñez:
"El corvo, el cuchillo, Carmen, no es extraño al minero, como no lo es la uña maestra al puma... El corvo es la continuación del brazo, es cómo lo diría... es lo que refuerza la palabra, así como una escritura... Aquí los niños quieren tanto al corvo y desprecian tanto el dolor, que juegan a la pulgá de sangre, que es un jueguecito que, como toos saben, consiste en pelear con un cuchillo al que se le ha dejao libre sólo una pulgá de fierro pa que acaricie la carne".
Parecida es la conclusión a la que había llegado antes un artículo del "Bulletin of the American Geographical Society of New York" de 1884, refiriéndose también a una relación precoz de los niños chilenos con el corvo:
"La primera ambición intensa de un niño chileno en los ámbitos comunes de la vida es ser dueño de un corvo o cuchillo curvo, y se convierte en su compañera inseparable a través de la edad adulta".
Los mineros desarrollaron toda una tradición como fabricantes artesanales de corvos en este período, por cierto. De seguro lo utilizaron durante la Revolución de los Constituyentes de 1859. Quizás las piezas más artísticas salen de esta generación de cuchillos producidos en Atacama y Tarapacá, así que no es casual la interminable colección de corvos que aparecerá entre los enrolados de la Guerra del Pacífico, como veremos. Además, los chilenos que se establecieron en los territorios cuya disputa se creyó resuelta por los tratados de 1866 y 1874 con Bolivia, en más de una ocasión debieron usar estos corvos con la misma necesidad autodefensiva que los rotos emigrados a California, para reprimir los abusos de la autoridad local desde años antes de la guerra salitrera, como lo puso a la vista Vicuña Mackenna.
Sobre esto, hay antecedentes interesantes: sucedía que el rico yacimiento atacameño de plata de Caracoles fue hallado justo dentro del límite del territorio en condominio del  Tratado de 1866, por lo que el gobierno de Bolivia se resistía a compartirlo con Chile llegando incluso a tratar de falsear informes sobre la ubicación geográfica y hacerlo aparecer fuera del área de participación común. Por esto, ya siendo evidentes las rivalidades entre ambos países, los muchos chilenos que trabajaban y vivían allí solían ser objeto de constantes calaveradas por parte de las autoridades bolivianas locales.
Varios gravísimos casos de abusos serían denunciados por la sociedad civil "La Patria", fundada por el cónsul chileno Enrique Villegas en octubre de 1876. Empero, envalentonados con la actitud pusilánime y cobarde de La Moneda, los policías cometieron una sangrienta nueva tropelía el 19 de noviembre siguiente: irrumpieron en la fiesta de una chingana del campamento atacando a fuego y sin motivo a los chilenos que estaban allí bebiendo y cantando. El peor herido fue Eliseo Arriagada, quien ni siquiera tenía algo que ver con la fiesta, muriendo desangrado. Furiosos, los cerca de 400 mineros se arrojaron en masa contra los policías bolivianos empuñando todos sus corvos, y los habrían destrozado de no ser porque Villegas intervino tratando de parar a la chusma mientras los uniformados se refugiaron en los cuarteles, donde permanecieron hasta el día siguiente, después del funeral del fallecido. A pesar de este favor, el Presidente Hilarión Daza de Bolivia le canceló al cónsul su exequátur y ordenó a un contingente ocupar Caracoles para desbaratar "La Patria".
No terminará allí la historia ni su reflejo sobre la hoja de los corvos: en represalia, muchos rotos fueron pasados por el temible castigo de "la penca", correspondiente a latigazos con una especie de azote hecho de alambres y cabezas metálicas en las puntas. Y luego de ser denunciada esta cruel práctica por el Diputado Ángel Vicuña, el diario boliviano "El Caracolino" del 17 de octubre de 1877, comentaba desafiante e irónico:
"Un periódico de Chile habla de ese instrumento contundente, sin duda interpretando las ideas que sobre este litoral tiene el señor ministro Alfonso, y que las ha emitido en su memoria. Pero tanto el articulista como el célebre hombre público de la nación vecina, deliran a la manera de los niños. Aquí no hay tal 'penca' y sí bien cuchillos corvos que nos han traído algunos paisanos del 'Amigo del País' y del cónsul que ha dado a don Ángel C. Vicuña la tal penca".
Los sangrientos incidentes de la pampa, las irritaciones nacionalistas y las tragedias como la de Caracoles con sus ecos en la prensa, además de sembrar odios entre los bandos y provocar el sacarle filo a los cuchillos, quizás haya sido también una especie de anticipo de lo que iba a suceder pocos años más tarde, al estallar la Guerra del Pacífico y con todos esos mineros chilenos corriendo a los teatros de batallas con sus corvos sedientos de venganza.

Mineros chilenos del siglo XIX, en ilustración del Atlas del naturalista Claudio Gay. Los mineros de Atacama fueron los trabajadores más asociados al uso del corvo y quienes lo habrían introducido en el Ejército.

Corvos de la Guerra del Pacífico con marcas de historiado, aunque son modelos sin la característica "púa" en la unión del mango con la hoja. El superior corresponde al arma del soldado Artemón Arellano y estuvo en el Asalto y Toma del Morro de Arica (7 de junio de 1880), y se ve historiado con cuentas circulares. El de abajo perteneció a la cofradía atacameña y tiene la particularidad de estar historiado con flores (rosas y hojas). Piezas de la colección del investigador Marcelo Villalba Solanas.

Cuchillos corvos del célebre Regimiento Atacama, formado por mineros chilenos y usados en la Guerra del Pacífico (Colección de Marcelo Villalba Solanas).
En la mano del soldado

Ya en 1913, en su obra "Progressive Chile", el escritor estadounidense Robert E. Mansfield describía el siguiente escenario de unión entre el roto, el militar y el corvo chileno:
"Los rotos chilenos no sólo constituyen la clase trabajadora en Chile, sino que también en el ejército, la marina y la fuerza policial son reclutados en gran parte de sus filas. Como soldados poseen una valentía temeraria que no se detendrá ante nada. Con un grito de '¡Viva Chile!' cargan contra un enemigo, sin retroceder jamás, a menos que la victoria se los permita. No tienen miedo a la amenaza. Se arrojan contra fortificaciones bajo el fuego, escalan muros o riscos escarpados, nadan ríos, y si todos mueren la derrota no está considerada. Una sola mano no va a vencer en condiciones adversas, pero en número y en conflictos mano a mano, la bravura del chileno no es superada por ninguna otra nacionalidad. No luchan con inteligencia, pero sí desesperadamente. Su arma favorita es un cuchillo, y cada roto chileno va armado con un "corvo", un puñal con una hoja larga y curvada, que va adelgazándose hacia una punta afilada, y generalmente adornado con un mango de metal pesado. Éste es guardado en una funda de cuero, y se lleva en el cinturón o el bolso de su poseedor. Es un artículo de utilidad común, así como un arma de ataque y defensa. Cuando está enfurecido o amenazado por un peligro, el chileno maneja un corvo tan naturalmente como el negro americano lo hace con una navaja de afeitar, y es extremadamente hábil en su uso. No es una cosa poco común para un peón destripar a otro con un barrido del corvo, normalmente dejando una herida de forma triangular, una marca de esta arma que resulta peculiar a la gente. Como prueba de su predilección por el cuchillo como arma de lucha, se cuenta que en muchos casos, durante la guerra entre Perú y Chile, en el momento de la batalla, los soldados chilenos tiraron sus armas y se lanzaron sobre el enemigo con corvos, luchando en el combate mano a mano".
Y es así como cantaba también, entre guitarras y panderos, la vieja cueca chilena:
A puro corvo, sicaramba, raza altaneraDerrochando corajecaramba, se fue a la guerra.
Como los archivos del Ejército de Chile no muestran a los primeros uniformes militares conocidos ni los posteriores con el corvo integrado al conjunto, parece cobrar fuerza la teoría de que fue el roto quien llevó esta herramienta de su vida cotidiana a los campos de batalla, quizás a partir de la Guerra Contra la Confederación Perú-Bolivia. Siendo posible, así, que primitivo corvo llegara de manera informal al uniforme con los mineros y tal vez también con campesinos que se incorporaron a los batallones en la Guerra del 36, hay quienes son de la opinión de que se remonta a las guerras de Independencia. Plath así lo estima al comentar que, en la Batalla de Maipú, los rotos preferían sus puñales al fusil, de la misma manera que los huasos preferían el lazo al sable.
Como sea, no tardó en hacerte un arma temible, pasando de inocentes tareas del campamento militar como la de pelar frutas y cortar correas a la de asegurar triunfos bélicos con sangre. En la revista española "Armas y Municiones" del 30 de junio de 2000, por ejemplo, se señala que el corvo chileno, además de difundirse en la Guerra del 79, fue conocido como "el cuchillo degollador" por su siniestra fama. No está demás recordar el grito de los rotos corvo en mano subiendo por el Morro de Arica, aquel 7 de junio de 1880: "¡A degüello!".
El que los corvos estuviesen atados al cinto cuando llegaron a los cuarteles y campamentos militares de los tiempos republicanos, demuestra que no formó parte de la indumentaria oficial, sino que fue introducido como adición o incorporación ocurrida de manera casi "natural" por los soldados en el uniforme; es decir, por rotos mineros, gañanes y huasos enrolados. Vimos que la tendencia era por entonces la de darle un sólo filo a su  hoja, algo que se mantiene incluso en varios corvos producidos durante la posterior guerra salitrera, aunque no era una característica estricta de todas las piezas. Algunos incluso presentaban bordes aserrados para darle algunos centímetros de "dientes" a su hoja. Y se cuenta que Hernán Trizano, el famoso ex veterano del 79 que se erigiera como gendarme y protector de Temuco, también tenía un hermoso corvo que le había sido obsequiado y que lucía mango de hueso de colores con engarces de monedas de plata.
Además de las guerras "oficiales", los corvos estuvieron en otros conflictos no declarados: los enfrentamientos políticos callejeros de Santiago y Valparaíso, primero en manos de grupos de izquierda, según parece. En sus memorias tituladas "En tiempos del Frente Popular", por ejemplo, Orlando Millas recuerda cómo los militantes de la Juventud Socialista y sus milicias de la década de 1930, salían a enfrentar y dar verdadera caza a los nacionalsocialistas criollos y otros enemigos, asechándolos armados con corvos, especialmente a los vendedores de diarios del movimiento nacista y a sus propagandistas. Los socialistas habían elegido esta arma porque, según anotaría Millas, correspondía a "un puñal popular" y además "posible manejar cómodamente".

Un cuchillo artesanal y dos corvos como los usados en la Guerra del Pacífico, en el Museo Militar de Iquique. Puede observarse que el mango de la pieza que se encuentra al centro está confeccionado con una estaca de durmientes de ferrocarriles
Piezas metálicas de corvos y fundas de los tiempos de la Guerra del Pacífico, en las vitrinas del Museo Militar del Morro de Arica.
En la guerra del pacífico

Existe una conocida fotografía del entonces Subteniente José L. Herrera Gandarillas, supuestamente tomada en Antofagasta el 20 de febrero de 1879, según varias fuentes que la reproducen. Si la fecha es correcta, entonces sería pasados sólo seis desde la ocupación chilena del puerto y antes de formalmente iniciada la Guerra del Pacífico con las respectivas declaraciones de guerra.
Lo notable es que en el retratado ya aparece con un elegante corvo ceñido al cuerpo y sostenido de su faja.
De alguna manera, entonces, puede deducirse que el cuchillo ya no era patrimonio sólo de rotos al estallar la guerra, y los soldados estaban listos para empezar a preferirlo a los sables y bayonetas del reglamento, si es que no lo venían haciendo ya desde conflictos anteriores.
Una semana después de captada la histórica imagen, el Presidente Daza hacía pública en su patria altiplánica la noticia de la ocupación de Antofagasta, ante una muchedumbre agolpada frente al balcón del palacio presidencial, el 27 de febrero. Exagerando los hechos, pues no hubo resistencia local, y exasperando de paso a la masa, su famosa declaración fue llamada como "La Proclama del Cuchillo Corvo", por el particular contenido y lenguaje de la misma, mencionando al arma:
"El día 14 de los corrientes dos vapores de guerra chilenos con ochocientos hombres de desembarco y apoyados por un considerable número de gentes depravadas por la miseria y el vicio, asesinos de cuchillo corvo, se han apoderado de nuestros indefensos puertos de Antofagasta y Mejillones, por sorpresa, sin previa declaratoria de guerra, sin tener en cuenta que la civilización condena los actos de bandidaje, más que los de las hordas de salvajes, si ellos se cometen por naciones y gobiernos que pretenden ser cultos. El resultado de una iniquidad internacional, natural es que haya sido el ejercicio del crimen como acción loable. Un policial boliviano, su esposa e hijo en Antofagasta, cuatro jornaleros en Carmen Alto han sido asesinados con el arma especial del bandido chileno: el puñal corvo".
No es gratuita ni casual la alusión insistente -y casi obsesa en algunos casos- al corvo para dirigir el índice sobre los chilenos, lo que confirma que el cuchillo debió estar asociado a los trabajadores de esta nacionalidad desde mucho antes de la guerra. Los informes peruanos también recurrirían a su terrorífica imagen e imaginario como propaganda de guerra, tanto para advertir como para alarmar a las masas civiles en contra del invasor chileno (innecesariamente, en este caso, pues la ciudad arequipeña estaba prácticamente abierta y no hubo resistencia), como se lee en esta editorial del diario "La Bolsa" de Arequipa, del 10 de junio de 1882:
"...si han resuelto los chilenos el atacar nuestra hermosa ciudad, es con el objeto de hacerla un montón de escombros, y a sus habitantes hacerlos desaparecer, y avisar al mundo entero, como el general francés: Arequipa ha muerto, y sus aguerridos y denodados habitantes forman pirámides de cadáveres; su hermosa campiña está convertida en un panteón, pues las mujeres, los niños y los ancianos han sido victimizados al filo del corvo chileno y sembrados en el lugar de los frutos que producía".
Los soldados del Regimiento Atacama, todos voluntarios muy relacionados con el mundo minero de Copiapó y apodados los "curitas" o los "padrecitos" por sus uniformes negros, parecen haber sido un gran aliciente para la consolidación connatural del corvo como arma del Ejército de Chile en la Guerra del Pacífico a pesar de no pertenecer oficialmente a la indumentaria y equipo, tal como lo señala Aróstica en su libro:
"...es ese cuchillo como espolón de un gallo de pelea, esa original garra de acero llamada corvo, el arma blanca de más quilates o alto vuelo; el que entraña una mayor significación para nosotros los chilenos, pues, desde que hiciera célebres a los soldados del Atacama, y al alero de incontables leyendas, consejas e historias, ha pasado a formar parte del alma nacional".
Antonio y Alberto Márquez, por su parte, describen en "Cuatro siglos de uniformes en Chile" (Ed. Andrés Bello, 1976) una de las razones prácticas por las que fue asimilado el corvo como parte del uniforme en plena Guerra del Pacífico:
"La Infantería adopta el uso del corvo, cuchillo de hoja ancha y curva, que sirve para desmoronar parapetos o enganchar fusiles enemigos, a la vez que de eficaz ayuda en el combate cuerpo a cuerpo".
Pisagua, Tacna y la sierra peruana serán algunos de los escenarios donde más protagonismo tendrá el corvo chileno en la conflagración de los desiertos. Ya no son sólo rotos mineros quienes lo portan, sino también altos oficiales, se dice que incluso algunos de aristocrático linaje. Su mayor victoria y lucimiento quizás haya sido en el Morro de Arica, haciéndole fama al arma y al mito nunca demostrado de la chupilca de Diablo. En su conocido trabajo "Chilena o cueca tradicional" (Ed. Universitaria, 1994), Samuel Claro Valdés reproduce las siguientes líneas de una cueca patriota titulada "Toca cholo tu matraca", tomada precisamente del folklore de los tiempos de la Guerra del Pacífico:
Toca cholo tu matracaque tengo el corvo en la manoy quiero dentrar a Limabailando a lo carrilano.Con el corvo en la manome fui en batallay no hay cosa más lindaque la metralla
El Capitán Francisco Machuca cuenta en su obra "Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico" (Valparaíso, 1926) que el corvo también servía al soldado para remover tierra y hacerse un puesto de resguardo en el terreno, desde el cual disparar tendido y oculto. Detalla también cómo fue que el miedo de los aliados a esta arma pudo haber resultado determinante en el desarrollo de varias batallas de la pampa, coronando de laureles a las fuerzas chilenas que lo empuñaban.
El corvo llegó a ser también un verdadero amuleto en los campos de batalla: los rotos hasta fabricaban una miniatura del mismo con cascos de municiones ya usadas de fusil, encajando la hojita en el plomo de una bala y guardándola como un objeto de buena suerte o atesoramiento dentro de una vaina de otra munición.
Ciertas versiones similares a las grandes y con mangos de anillos, pero de hoja de no más de 7 centímetros, habrían sido usados también como defensa por las prostitutas de Antofagasta, Pampa Unión y otros famosos sitios nortinos, llevándolos escondidos entre las ligas de sus medias. De hecho, aún existe la tradición de vender en armerías y tiendas de recuerdos pequeñas versiones miniatura del actual corvo militar, para ser usadas como llaveros, colgantes o souvenirs coleccionables.

Dos conocidas imágenes de soldados chilenos de la Guerra del Pacífico luciendo sus corvos al cinto: a la izquierda, la imagen del Subteniente José L. Herrera Gandarillas poco después de la recuperación del territorio de Antofagasta; a la derecha, un soldado del Regimiento 4° de Línea posando orgulloso ante la cámara.

Ilustraciones de corvos historiados y grabados, práctica que era extendida tanto en el mundo popular (mineros, huasos, rotos, hampa, etc.) como en el "arte de trincheras" de tenor militar. Arriba: corvo con "árbol de la muerte", con ramas rematadas en círculos (otras veces es en varias hojas, en flores, e frutas, etc.). Al centro: corvo con la cruz talismánica de Salomón y otras cruces menores. Abajo: corvo con marcas esféricas de latón o "cuentas".
Corvos con grabados y símbolos

Hay muchos simbolismos asociados al corvo, partiendo por los colores de sus empuñaduras y en particular cuando éstas son hechas con anillos de bronce, hueso blanco y negro, piedras de colores, cobre, argollas de astas, monedas, fichas salitreras, maderas y otros materiales.
Este tipo de trabajo semeja mucho a las asas y mangos que se hacen también en ciertos cuchillos de México e Islas Canarias. Vimos ya que hay un asunto de estatus o de refinamiento del dueño expresado en el trabajo del mango, además de permitir suponer la procedencia geográfica de la pieza dentro del país.
Hay otros símbolos que son más explícitos y supersticiosos en la tradición del corvo, hechos a raspe, cincel y grabado sobre la propia pieza. En la tradición huasa y minera, por ejemplo, era popular la llamada Cruz de Salomón, símbolo que se grababa en la hoja cerca del mango y que es mencionado por Baldomero Lillo en su cuento también titulado "La Cruz de Salomón" ("Relatos Populares", de Ed. Nascimento, 1942). Su objetivo era servir de garantía de triunfo en la lid y los enfrentamientos, además de evitar posibles maldiciones, conjuros y maleficios tanto de los vivos como de las ánimas de los muertos caídos por ese filo.
La mencionada cruz, supuestamente protectora y mágica, siguió siendo usada entre algunos delincuentes chilenos, y semeja mucho a la que hasta ahora se tatúan algunos de ellos en la mano, entre el pulgar y el índice. He visto corvos antiguos de particulares con más de una cruz salomónica en la hoja o bien con cruces menores, induciendo a pensar que a veces se hacían también como una cuenta de muertos o una garantía de inmunidad por cada uno, para evitar las consecuencias de un pecado de sangre.
Enrique Volpe, en su artículo "Simbología del cuchillo chileno" (periódico "El Valle" de San Felipe, febrero de 2001), habla de otro detalle en las armas blancas y que sirve de amuleto o talismán: un anillo de hueso negro en la baraja de bronce (guarda o cruz) del cuchillo, cuya función es detener mágicamente los golpes en los duelos y que, usado de determinada forma a la luz de la Luna, espantaría a los duendes y espíritus malvados. Esta tradición, sin embargo, pertenecía más bien a la daga chilena, sólo derivadamente al corvo.
No obstante, las principales adiciones que se hacen al corvo son de una negra tradición para nada sobrenatural ni mágica: la de "historiarlo", algo parecido al orgullo del cazador que registra algo a sus presas y cuelga sus cabezas como trofeos. Sobre el corvo historiado, Plath hace la siguiente definición:
"...son los que tienen en la lámina unas pequeñas incrustaciones en forma cilíndrica, de cobre, bronce y metal blanco. Dícese que estas taraceas son la contabilización de las muertes que se han perpetrado con dicha arma. Existen corvos que ostentan hasta veinte incrustaciones. Seguramente, con los años, se ha convertido la aplicación en un estilo: ya no testimonian, no dan fe de asesinatos. Hay otros cuyas láminas están marcadas con alguna letra, como con una cruz, contra la cual no hay quite ni baraja que valgan".
Hay muchas piezas de colecciones que se observan con hojas historiadas con estos puntos (cuentas), los tétricos "árboles de la muerte" donde cada rama es un fallecido y, ocasionalmente también, algún fruto o círculo al final de la misma; también están "ojos de ángeles" para la misma función contabilizando víctimas, además de líneas, rayas en el canto y muescas varias.
Entre las innumerables reliquias atesoradas por el investigador histórico Marcelo Villalba, director de su propio Museo de la Guerra del Pacífico, he podido acceder a magníficos corvos historiados con estos y otros procedimientos mencionados. Me parece que la costumbre no es muy distinta de la tradición de grabar cruces, marcas y hasta nombres en la culata de algunos fusiles empleados durante la misma Guerra del 79.
Tal como observa Plath, el historiado de corvos debe haber comenzado como cuenta de muertos y así se mantuvo por largo tiempo, pero muy posiblemente no todas las armas con este detalle lucen en realidad un libro de contabilidad con los finados a su haber: algunos, por ejemplo, llevan sólo puntos o letras de latón con más apariencia ornamental, y otros incrustaciones de marfil e incluso plata. También los hay decorados con flores y grecas, igualmente procedentes de la guerra.

Cuchillo corvo de las colecciones del Museo Regional de Antofagasta.
Actualización: estas herramientas zapateras son apodadas corvos o corvillos por algunos practicantes del oficio en Chile, y se emplean para ciertas tareas específicas de la fabricación artesanal, como el reborde y corte perfilado de las suelas. Desconozco si tienen alguna relación con el cuchillo propiamente tal, fuera del nombre, pero sí es curiosa su semejanza con variaciones como la del corvito parronero retráctil, por ejemplo.
Los corvos militares actuales

Las mencionadas dos variedades militares del corvo chileno oficial del Ejército de Chile, parecen definirse durante el perfeccionamiento y producción masiva de armas que se realizó por los talleres de FAMAE. Según Aróstica, esto comenzó a partir de 1971 y más profesionalmente a partir de 1977. Se lo produjo entonces a través de su filial Andes SAM, como parte de los preparativos ante la inminencia de dos intentos de agresión de parte de países vecinos que, afortunadamente para la paz de la región continental, no llegaron a consumarse.
Sin embargo, debe recordarse que la esgrima militar del corvo fue convertida en disciplina mucho antes, al igual que los diseños definitivos del corvo oficial. Esto sucedió en 1963, por el entonces Capitán José A. Quinteros Masdeu, según él mismo cuenta en sus memorias "Génesis de los Comandos del Ejército de Chile y su trascendencia institucional" (Instituto Geográfico Militar, 1999), aclarando cómo fue oficializada el arma en la institución:
"Mientras se buscaba un arma blanca, característica, que pudiese ser llevaba al combate como complemento del armamento individual, de entre las sombras de la historia y su espontáneo y victorioso uso durante la Guerra del Pacífico, surgió y renació el terrible corvo, el que fue unánime y entusiastamente aprobado por todos.  Sin embargo, la tarea no fue fácil porque en los museos habían diversos tipos de corvo que usó el roto chileno (hecho y fraguado por él mismo)..."
Encargado por Quinteros, el entonces teniente Carlos Azagra Hernández se había entrevistado con algunos de los últimos practicantes de la lucha a corvo en el mundo del hampa, incluyendo uno de la Cárcel de San Bernardo con varios caídos en Chile y países vecinos en su rojo currículum y gracias a su propio corvo. El temido hampón le enseñó cómo usar el arma a Azagra y así poder adaptarla a las necesidades del Ejército, para que fuera útil al combate y que a la vez sirviera de distintivo simbólico en la tenida de salida.
Fue así como el Ejército oficializó sus dos presentaciones formales del corvo reglamentario, con filo por ambos lados y el característico sello corporativo de FAMAE en la hoja:

  • El Corvo de Comando, correspondiente al que era conocido tradicionalmente como "pico de cóndor", un cuchillo de combate y que presenta su curva pronunciada en 90º. Suele ser más usado en desfiles y como objeto-símbolo militar. En Argentina se llama a este corvo "pico de loro".
  • El Corvo Atacameño, correspondiente al que desde antaño ha sido apodado "garra de puma", y que es identificado con la infantería y adoptado por generalidad del Ejército, además de mucha iconografía simbólica institucional. Presenta una curva más sutil en la punta de 45°, torciendo aproximadamente un tercio o menos del largo total de la hoja.

Los corvos militares chilenos imponen por su elegancia y aspecto amedrentador, al punto de que incluso han existido intentos internacionales de asimilarlo o imitarlo. Infelizmente, sin embargo, tropelías cometidas durante el Régimen Militar por agentes represivos y valiéndose de corvos (como sucedió al parecer con Caravana de la Muerte de 1973 y en el estremecedor Caso Degollados de 1985), volvieron a recordarnos que esta arma nunca ha estado ajena a la macabra tradición de los chilenos matando chilenos, como alertara Nicolás Palacios al testimoniar los infaustos sucesos de la Escuela Santa María de Iquique en 1907.
Probablemente, además, se lo había usado ya en más de alguna de las llamadas "Masacres del Salitre" como la iquiqueña, correspondientes a matanzas de obreros huelguistas pampinos que ocurrieron especialmente durante el Régimen Parlamentario, cuando hasta veteranos del 79 acababan dando muerte a sus propios rotos ex camaradas de armas en salitreras, pueblos del desierto y oficinas del caliche, o incluso siendo víctimas de las balas cuando habían dejado ya el uniforme.
Adicionalmente, declaraciones desafortunadas de algunos altos jefes militares relacionados con la Dictadura ya en sus últimos años, como la de los "corvos acerados" para defender el gobierno o la promesa de que "los corvos siempre protegerán el legado del General", sólo contribuyeron a profundizar este injusto estigma sobre el símbolo histórico del cuchillo chileno.
Y aunque se lo asocia fundamentalmente al Ejército por aparecer en muchos distintivos e insignias de diferentes unidades o grupos, debe recordarse que el corvo ya está hace tiempo en la Armada de Chile, hasta donde pasó a través de grupos como el Destacamento N° 1 de Infantería de Marina y otras instancias de especialización. El arma aparecería también en el uso y diseño de emblemas como el del Distrito Naval Norte.

Miniatura de un corvo "pico de cóndor". Imagen publicada por Carlos López Urrutia en su libro "La Guerra del Pacífico. 1879-1884".
Recreación del corvo "pico de cóndor" en la esgrima militar y combate. Imagen de los archivos fotográficos del Museo Histórico Nacional de Chile.
Corvos chilenos producidos por la cuchillería española SAMI.
¿se acaba la época del corvo?

Los problemas más serios para el corvo chileno no provienen de la guerra: comenzaron con el cierre de la filial de FAMAE, la empresa Andes SAM, durante al año 2000. Como dijimos, ésta era la encargada de fabricarlos. Poco después, la revista española "Armas" Nº 240 de abril 2002, publicaría un reportaje del investigador Salvador Martínez Corada titulado "Adiós al corvo chileno", en el que repasa la historia del cuchillo pero advierte seriamente que la continuidad de su fabricación está en peligro desde el cierre de Andes SAM.
A la sazón, FAMAE intentaba negociar con otras compañías internacionales la posibilidad de seguir fabricando esta pieza. La propuesta más interesante perecía ser la de empresas españolas, por curiosa coincidencia si acaso el corvo procede en realidad de cuchillos de la Madre Patria adaptados por los criollos, como hemos visto.
Cabe advertir que, justo en esos años, la tradicional Compañía Cuchillería SAMI de Albacete, España, comenzó a ofrecer a FAMAE sus servicios para la confección permanente del corvo chileno, sin tener éxito según información que me fue proporcionada en su momento por el propio alto ejecutivo de la empresa, el señor Miguel López de Andrés. A pesar de ello, SAMI sigue fabricando y comerciando modelos de corvos chilenos, algunos de lujo, que pueden  observarse en su sitio web (cuchilleriasami.com).
Tengo entendido también que una empresa nepalesa estaría produciendo versiones propias del corvo chileno, rotulándolo como tal pero tratándose más bien de una adaptación. Desconozco por ahora cuántas versiones y variedades del corvo chileno se producen en el extranjero para coleccionistas, excursionistas y cazadores.
Como si no hubiese bastado con las dificultades de seguir produciéndolo, una verdadera alergia se ha declarado entre algunas autoridades en contra de la alegoría y la iconografía del corvo, generalmente por asociarlo de manera forzada e injusta al período de la dictadura y las violaciones a los derechos humanos.
Otros, con más espíritu entreguista e internacionalista, solidarizan con la ojeriza que se tiene en países vecinos contra el tradicional artículo, en especial por grupos nacionalistas locales. Tal ha sido el caso, según parece, de la famosa imagen del corvo grabada en la ladera del cerro Chena de San Bernardo, en los terrenos de la Escuela de Infantería. Según algunos, éste fue desapareciendo por obra de la propia naturaleza, pero esta explicación nos deja con dudas considerando testimonios de algunos habitantes del sector que conocimos en el pasado.
Situaciones parecidas se de remoción e intentos de tales se han denunciado sobre en la ladera del cerro Limón Verde de Calama (ciudad de la primera batalla de la Guerra del Pacífico, ocurrida el 23 de marzo de 1879) y en los grandes grabados hechos la comuna de Colina, además del mismísimo Morro de Arica, donde los propios ciudadanos denunciaron tempranamente pero de manera más bien informal, el retiro de la gran imagen de un corvo bajo la premisa de que "no eran favorable al turismo", al mismo tiempo que la municipalidad buscaba reemplazar las celebraciones oficiales de la Toma del Morro  por una simple ceremonia religiosa y en medio de fuertes protestas de la comunidad ariqueña, hacia el año 2002, en días de mucha irritación y reclamos por parte de autoridades peruanas, además.
Otra curiosidad en toda esta historia, es la aparente aparición de corvos relacionados con los modelos chilenos pero entre uniformados argentinos, producto quizás de los intercambios militares o actividades de operaciones conjuntas, no lo tengo claro. Desde hace pocos años, por ejemplo, han aparecido fotografías de personal militar motorizado de la República Argentina llevando corvos de tipo atacameño en sus uniformes, montados en motocicletas. Estas imágenes estuvieron circulando profusamente por la internet y han generado acalorados debates entre foristas de ambos países, sobre la legitimidad de la aparente adopción informal.
Lo más extraño del caso recién descrito es que, por mucho tiempo, el nacionalismo popular argentino despreciaba este cuchillo por la relación que tuvo con los preparativos chilenos para la cuasi guerra del Canal de Beagle en 1978 y quizás también su leve semejanza con el cuchillo nepalés kukri de los gurkhas que acompañaron a los británicos en la Guerra de Islas Falkland o Malvinas, en 1982.
Fuera de los tremendismos y de las sensibilidades patriotas, sin embargo, es un actual punto crítico y amenazante el de la posibilidad de que los chilenos comiencen a perder su relación cultural y patrimonial con el corvo y mucho más allá de lo estrictamente militar: también extraviar su esencia rota, minera y folklórica, al tiempo que el mismo cuchillo se internacionaliza y pierde su identidad como una pieza histórica chilena.
No vaya a ser, entonces, que a futuro terminemos viéndolo únicamente en vitrinas de reliquias de los museos militares.


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